De cómo se gana más con miel que con hiel…
Gestión de personal e inteligencia emocional
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Está de moda, qué le vamos a hacer… Será como los kumquats que aparecieron por todos lados y al final aprendimos a utilizarlos con sentido.
«La inteligencia emocional» es el nuevo perejil…
Según la RAE es «la capacidad de percibir y controlar los propios sentimientos e interpretar los de los demás».
El concepto nació, según mis búsquedas en Google, en 1995 de la mano de un psicólogo llamado Daniel Goleman que publicó un libro titulado «Emocional Intelligence».
Mr. Goleman como buen organizador de mentes, subdividió el concepto y añadió más: «automotivación», «autoregulación»… ¡A los humanos nos encantan las etiquetas! Se centró en la utilización de estos términos para lograr objetivos. ¡Voilà!: consiguió vender psicología a las empresas, asentó un producto para los recursos humanos.
No os voy a engañar, no he leído al Sr. Goleman… Y creo que no lo haré.
Creo que el tema es mucho más simple de lo que nos han querido vender y el refranero me da la razón: «Se gana más con miel que con hiel». Está bien comprender todas las implicaciones físicas en el funcionamiento del pensamiento, está bien comprender su orden; todo esto es genial, ¡culturilla!, pero hay que encontrar la parte práctica.
Creo que la empatía y el no ser un déspota son bases que se traen de casa y no hace falta llamarle de ninguna manera sofisticada, de hecho en vez de decir déspota podemos substituir la palabra por cabrón que aunque menos educado es igual de correcto en cuanto a significado.
Durante el confinamiento todos hemos pasado por estadios emocionales, las empresas también. Una de las dudas que me acecharon primero fue cómo manejarían las empresas a nivel emocional la situación, con sus clientes y con sus empleados.
Me parece que es un ejemplo cercano y clarísimo para saber quién ha interiorizado esa «inteligencia emocional» y quién no; y como os digo, no hacía falta conocer a Mr. Goleman para ello.
Hubo empresas que dejaron de lado a sus clientes las primeras semanas: no te puedo vender nada = no me importas.
Empresas que no se comunicaron con sus empleados aunque todo el mundo ERTE ha sido desquiciante (leed putada si lo preferís).
Empresas que intentaron dar moralinas y vendernos algo.
Empresas que han mandado emails post-confinamiento explicando cuán generosas han sido.
Empleados que en ningún momento han pensado en todo lo que acarreaba su empresa y en el berenjenal que andaba metida.
Bueno, sí, nadie tiene la fórmula perfecta. Pero ¿de verdad somos incapaces de ponernos en la piel del otro? Eso es «inteligencia emocional» y el refrán te lo deja claro: si das miel recibes más que si das hiel; traducción: si tratas mal a tu equipo no esperes recibir nada a cambio: ni favores, ni una vinculación con el puesto, ni sonrisas, ni nada.
Esto es bidireccional: de cargos a subalternos y viceversa. Hasta el último trabajador puede aplicar la susodicha «inteligencia emocional» no hace falta tener un cargo, os diría que va más allá del ámbito laboral incluso.
Este es un ejemplo cercano, pero antes de la crisis de la Covid era algo que ya sucedía. Si a tus empleados les haces trabajar 50 horas a la semana y tu actitud pasa por «Si no les gusta que se vayan», ¿cómo esperas que saluden a los clientes con una sonrisa?.
Si poco te importa derrochar ingredientes, no saludar, llegar tarde, trabajar lo mínimo posible… ¿Por qué esperas que la empresa te mime?
Sé que muchas veces la rueda en la que andamos metidos no nos permite echar el freno para romanticismos ni buenas palabras. Poco puedo decir: si uno no cambia, el de al lado tampoco.
Muchas empresas grandes han malentendido el tema y han suplido la carencia de «inteligencia emocional» con la de «valor añadido». Puede utilizarse la formación, los incentivos y demás como parte de ese plan «inteligente» pero no es sólo eso.
Tratar de forma digna no es ser inteligente, pero si aún así eso no os convence, utilizad la contraprestación que os muestra el refrán: si das, recibes. No hace falta ser sincero, con no dañar al otro es suficiente.
Cuando llegué a Inglaterra una de las cosas que más me molestaban era lo meticulosos que son en sus formas, con el paso del tiempo lo agradecí. No era hipocresía, era un sistema en el que acomodarse para ponerse a trabajar. Me explico: yo puedo saber hacer una tortilla pero si al proveedor le llamo a gritos, al lavaplatos le tiro la sartén quemada y al camarero le pago mal ya me diréis si mi magnífica tortilla tiene visos de futuro. Las formas y modales importan.
Pareciera que «la inteligencia emocional» sea la panacea que nos va a rescatar del lío en el que andamos metidos. No es nada nuevo, pero si es algo que en España no cuajó del todo; nos quedamos con derivadas del tema (las inteligencias múltiples, por ejemplo), pero la aplicación a los negocios aún está por ver.
Nos movemos en un sector que no ha madurado, pensamos que los negocios se dirigen desde la mente creativa de un cocinero genial y aunque los «grandes»en los últimos años están haciendo calar la idea de «empresa» frente a la «del artificio de la creatividad», falta mucho por hacer.
Si ni siquiera sabemos diferenciar entre contabilidad y fiscalidad ¿cómo pretendemos que nuestra empresa pueda sustentar «cariñitos» tales como echar el freno para ser «inteligente emocionalmente»?
Las bases han de ser muy sólidas para poder acomodar iniciativas tales. Estoy convencida que muchos serían incapaces de entrar en la rueda de los negocios «poco inteligentes emocionalmente», hay quién vale y quién no y hay a quien no le queda más remedio que subirse al carro.
El dinero es muy goloso y no creo que todos los empresarios sean capaces de renunciar a aumentar porcentajes para ayudar a «acomodar» a sus empleados. Porque el «se gana más con miel que con hiel» no es algo que suceda de la noche a la mañana, es un camino lento, es una inversión a medio-largo plazo y el berrido muchas veces es efectivo al segundo.
¿Nuestro tejido empresarial está capacitado para sustentar que todos nos tratemos con dignidad y justicia? Parece una pregunta vacía, pero ¿pagarías más a tus empleados para conseguir trabajadores vinculados a la empresa o a empleados con más experiencia o preparación?, ¿podrías pagarlo si quisieras hacerlo?
El sector de los restaurantes no es la gallina de los huevos de oro como muchos han pensado. Cuenta con un gran «cash flow» pero eso no es lo mismo que contar con un gran margen de beneficios, los porcentajes están, o deberían estar, muy calculados, la base impositiva de los sueldos es tremenda… Y así mil razones más.
Puede parecer que estoy en contra de la moda de la inteligencia emocional, ni mucho menos. Me encanta que hablemos de cosas que no sean sólo números, tangibles o cuantificables. Al final el «Habla que algo queda», es cierto y poquito a poco calará en el colectivo.
No hace mucho leía una noticia que hablaba de la creación de un foro para cocineros en el que se tratan temas de salud mental en el sector (Buscad «CHEF WITH ISSUES»).
Comemos a deshora, vivimos una montaña rusa de adrenalina en los servicios, libramos cuando el resto del mundo trabaja, volvemos a casa con la energía baja pero incapaces de frenar aunque sean las tantas de la madrugada; algunos entran en carreras asfixiantes por conseguir estrellas, otros apenas pueden pagar las deudas que acarrean por dar forma a su sueño… Por no hablar de la mala vida y las sustancias que han corrido por las cocinas durante años…
Nuestro sector, como muchos, va muy deprisa, mueve mucho dinero y no es tan fácil como muchos creen.
Inteligencia emocional, sí, ¿pero se puede aplicar sin arreglar las bases?, es más: ¿se movería igual de rápido si la aplicásemos (sería tan grande el movimiento de capital)?
Hace unas semanas en la charla de #LaVidaDeLosRestaurantes de Rémy y Juan sobre motivación hablaron de la necesidad de la vinculación de los trabajadores con la empresa. Muchas veces no se pueden manejar los hechos para que sean del todo justos (no se puede pagar más o dar mejores prestaciones) pero si se puede hablar correctamente o salir a tomarse ese café del que hablaban para que el otro sepa que le valoramos y no sólo por ser quién es, también por aquello que conseguimos gracias a su esfuerzo.
No siempre la sinceridad y la empatía van de la mano, a menudo es más sencillo si realmente nos interesa el futuro de la empresa, creemos en ella y sabemos que lo que hacemos tiene un impacto, pero ser inteligente es comprender la situación y saber utilizar las herramientas disponibles.
Cuando resuenan estas dos palabras mágicas en la actualidad no puedo dejar de imaginar al gerente o dueño de turno respondiendo «¿Y eso paga las facturas?»… A tiempo, ayuda a que no se acumulen; ahora deprisa y corriendo… ¿Qué sabe nadie…?