De cómo un día salimos a comer…
… Y nos echamos las manos a la cabeza
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Tengo fotos del estropicio, pero por no buscarnos un problema, mejor os lo explico y no detallo pecadores. ¡Viva la autocensura preventiva!
Salimos a comer y no reservamos, viernes al mediodía en Barcelona. Nos quedamos sin mesa, inesperado.
Hicimos cola durante 10 minutos en la puerta del local. Nadie se acercó a informarnos del tiempo de espera aproximado, ni siquiera a saludar. Al traste con las buenas costumbres adquiridas en Londres donde te proporcionan una bebida caliente, una zona en la que tomar un tentempié o incluso un busca que te avisa cuando está tu mesa disponible.
Sí, sé que Londres y Barcelona no son lo mismo. Los buenos modales son universales, un saludo y una sonrisa no cuestan dinero y toman poco tiempo.
Sin que nadie notase nuestra marcha, decidimos probar un restaurante que nos llamaba la atención desde hacía tiempo.
La comida fue sorprendente, pero claro ¿en qué cabeza cabe que la comida de un niño no deba llegar 15 minutos después de la de los adultos? En la de cualquier padre. Supongo que los camareros no tenían hijos.
De repente oímos que los dos camareros empezaban a discutir y justo delante de nuestra mesa y a voz en grito: «¡Ya me estás tocando la P….!» ¡Hala! se quedó tranquilo el hombre.
Por un momento dudamos de si los camareros acabarían llegando a las manos. Teatro y comida, 2×1, qué sé yo… Un día tenso lo puede tener cualquiera, pero cuando pedimos los postres se armó y acabaron discutiendo a pie de mesa.
¡Lo peor fue que no había café! Argumentaban que «les había petado la máquina». Os prometo que nos apiadamos de los camareros, no tenían un buen día; a los de cocina ni les vimos, pero eran un mundo aparte, inquebrantables.
La comida estaba muy rica, si lo principal cumple las expectativas, lo demás puede valorarse con más flexibilidad.
A media tarde necesitábamos un café. En la otra punta de la ciudad decidimos entrar en un local de una cadena de cafeterías. Obnubilados por la falta de cafeína no vimos lo que teníamos enfrente.
Esperando a que preparasen el pedido, vi en medio de la sala una pared forrada de estanterías llenas de cajas de refrescos, azúcar, vino, barriles… El almacén estaba en la sala.
Supongo que a algún iluminado le debió parecer buena idea e incluso se la vendió a alguien como solución para aprovechar el espacio y decorar la sala. El Iluminado en cuestión no había ordenado jamás un almacén ni sabía los líos que se arman en uno. Por no hablar que aquello estaba repleto de cartón y cajas por el suelo y debajo de los barriles el suelo estaba negro (¿cuántas leyes de sanidad se puede saltar uno por centímetro cuadrado?).
Debo decir que el hecho de mostrar mercancía en las salas es una técnica de decoración que se ha puesto de moda. Muchas veces desbarata costes, pero bueno, normalmente no se utiliza de almacén real, es pura impostura.
No siendo suficiente, El Iluminado se alió con un tacaño porque las estanterías estaban dobladas y a punto de partirse. Imagino que buscaron estanterías monas y no estanterías resistentes. Es posible que la impostura inicial terminase siendo una necesidad…
Sumadle que en el suelo había azucarillos caídos de las cajas en las estanterías a punto de desplomarse. Tenían la zona de la pica de la barra a la vista: estropajos bien mugrientos y ceniceros apilados al lado del hervidor de agua…
El tercer local fue la gota que colmó el vaso. Ni servicio, ni comida, ni higiene, ni nada de nada. Ni siquiera recuerdo como estaba el café, pero puedo detallar de memoria el horror. (Conste que me tomé el café)
Cuando hace un par de meses hicimos el vídeo de «10 Cosas que me molestan en los restaurantes» Juan me dijo que corríamos el riesgo de que fuera visto como una crítica no constructiva. Le preocupaba que en casos como los del primer local, en el que nos quedamos sin comer, se le echara la culpa a los camareros y no al responsable que hizo el horario para hacerlos trabajar deprisa y corriendo, por ejemplo.
Con esta anécdota quiero transmitir la necesidad de estar pendiente y tener ojos en todos lados. No siempre se puede, pero deben establecerse medidas de control, sistemas de trabajo, estándares, mínimos, etc. que deben cumplirse.
Los empleados de sala deben tener claro cual es el servicio que pretendemos transmitir. Quiero pensar que al dueño, probablemente japonés, del primer local le habría horrorizado la nula hospitalidad de sus empleados.
El servicio y la comida no pueden diferir. Deben ser un todo.
La decoración, salvar problemas arquitectónicos, no tener un presupuesto adecuado para el material o la falta de formación no pueden repercutir en la organización ni en el flujo de trabajo, mucho menos en la normativa de seguridad alimentaria ni en la seguridad de nuestros empleados ni clientes.
Muchas veces menospreciamos los conocimientos de un trabajador de la hostelería, a menudo los trabajadores del sector no son profesionales y encuentran en él una vía de ingresos. Un trabajador formado, con una visión completa del negocio, no puede dejar pasar «detalles» (vamos a ser generosos) como los que he mencionado en nuestra experiencia. Cualquiera puede aprender, aunque no vaya a ser su profesión de por vida (revisad este vídeo: 3 habilidades universales que te enseña trabajar en una cocina) .
Nosotros somos bastante benevolentes con las críticas (yo menos que Juan, todo hay que decirlo), pero ¿por qué debe ser benevolente un cliente?. El cliente decide llevar su tiempo, dinero y energía allá dónde se sienta satisfecho, de poco vale pensar que siempre vendrá otro.